jueves, 20 de diciembre de 2012

Geografía de la nada / María Cecilia Sánchez



El libro Poemas de Otra/parte, de Pedro Arturo Estrada, es un viaje por las raídas estepas y helados abismos de la actualidad. Viaje en poesía y en verdad, una verdad no temerosa del dolor ni de la vergüenza, una poesía que marca los hitos del territorio, como corresponde a toda palabra en el nombrar. Por duro que parezca el viaje, Pedro Arturo lo realiza detenidamente, ahí están las calles, la casa, el sol, la esquina, los parques, los centros comerciales, los espejos, los árboles, la memoria, los nombres, los abismos.

En ese territorio terrible y oscuro, pero habitado al menos en deseo, la dispersión de los objetos y de las gentes no hace más que corroborar que la tierra no existe por sí misma, sino por lo que hacemos de ella. De la palabra empujar no puede surgir sino un caído. Y de la palabra sueño la respiración. Pero debemos poner atención. Las fronteras se confunden si nos dejamos llevar por el río, tranquilos y apoyados en lo que nos ofrece.
 
Donde se dice todo hay nada, donde se silba una música, se está dictando sentencia. Geografía de los destierros, entonces. Como si el poeta hubiera corrido el velo de lo que no queríamos decir, pero sabíamos, así aparece desnuda, vibrante, exaltada intencionalmente la miseria donde intentamos desenvolver nuestro lenguaje, anhelante de riquezas.

Homenaje a Fernando González, a Aurelio Arturo y a otros caídos en el transcurrir de la historia. Pues la palabra de Pedro Arturo nos adentra en un paisaje modificado por la desventura, no es posible volver al Sur (por bello que haya sido) sin conciencia:

Al Sur

Siempre al sur hay mucho sur aún,
hasta el otro lado tal vez, repitiéndose,
abriéndose, multiplicándose en nuevas serranías,
llanuras y desiertos de increíble extensión y monotonía,
desdoblándose hacia la nada en series que ya no importan,
pobladas por el silencio donde el grito jamás acaba de llegar,
y la fiebre hace saltar los goznes de la noche,
lejos de la mañana, sobre la carretera sin fin
trazada en el vacío, como la vida agotando su sentido
tras los ojos fantasmas y el mundo

-que no queda nunca al sur.

De esos territorios en permanente olvido son habitantes los asesinos y los asesinados, los que cantan y los que callan, la rosa, el sol, la lluvia, el rostro contemplado en el amor. Sin grandes diferencias jerárquicas en el poema, pues todos prestan lo que pueden a la Danza macabra, esta sí preponderante, suelo común, música interminable.

Todas las lluvias

Son esta misma lluvia
todas las lluvias caídas sobre la vieja ciudad
interminablemente.
El agua del principio, el agua del fin,
la lluvia que escribió sobre sus calles
El libro inacabable de todos y ninguno.

La lluvia que retrasó desde entonces
el tiempo verdadero.

Ya no advertencia, la Danza Macabra que desde la Edad Media anunciaba el fin de todos los placeres y diferencias para romper su vanidad, en el libro de Pedro Arturo Estrada está para avivar –fuego en el fuego- la recreación absurda de vivir en la muerte, la denuncia de que no hay otra danza, porque la vida, o el tiempo de la vida, es apenas un instante de iluminación en medio de la destrucción. Dulce Catrina de todos los tiempos, que ha resuelto coger la fiesta por su cuenta y sin respiro apenas nos sacude y lleva de un lado para otro. Y nosotros, los vivientes muertos, o los muertos vivientes, apenas alcanzamos a ver, nunca a tocar:

Suma del tiempo

Se afianzó la osamenta,
Se engastaron los ojos en la piedra.

Se desbordó la fiebre, se excavó en el silencio
-sangre al fondo- tras el esquivo metal
De una palabra.

Agua y viento pasaron por aquí,
Risa y miedo.

La vida se extravió.
Pero el tiempo sí estuvo,

-todo el tiempo.

Debemos o deberemos aceptar que es la Muerte quien nos ve, y no la Vida. Y aunque parezca tan molesto –hasta nos incordia con lo que esperamos dice un comentario de William Valencia en la contraportada del libro- es preciso decir que la palabra del poeta ni siquiera llora en duelo, aunque él llore, y se duela, sino que desafía en pura fiereza animal. Es ahí, en la Danza, donde debemos morder, y alcanzar un instante de luz, un poema, un árbol, el cuerpo del otro. Es por eso que, a pesar de decir silencio, y tantos silencios que dice, leemos cada vez que los nombra una gran tensión. Como si en cada uno de sus lugares fuéramos llamados a algo. Como si al decir silencio se abriera un hoyo negro, que reclama lo suyo aunque no sepamos bien qué es lo suyo. Lo único seguro es que no se trata de un tranquilo remanso. Recordemos. No estamos viendo el tiempo. Es el tiempo el que nos ve.

*
Pedro Arturo Estrada. Poemas de Otra/parte. Cuadernos Negros Editorial. Calarcá, Quindío. 2012. 78 páginas.

Edición digital del libro:

http://snack.to/fdnlom3p  

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